martes, 3 de diciembre de 2013

Lucio Cabañas a 39 años de su muerte...

Historia de una guerrilla vigente

Kau Sirenio

A casi cuatro décadas del enfrentamiento entre la columna guerrillea de Lucio Cabañas Barrientos y Ejército Mexicano en El Otatal, municipio de Tecpan de Galeana, donde cayó abatido el maestro normalista, nada ha cambiado para bien. Al contrario, la persecución y represión en contra de las organizaciones sociales en Guerrero se ha recrudecido en este lapso, es especial en el actual periodo de gobierno que encabeza el expriista Ángel Aguirre Rivero.
El lunes 2 de diciembre se cumplen 39 años de la muerte del comandante guerrillero de la comunidad de San Martín de las Flores, municipio de Atoyac, que en los años setenta se levantó en armas en contra del gobierno. Como cada año, organizaciones sociales y estudiantes de la Normal de Ayotzinapa conmemorarán el aniversario luctuoso.
En su libro Lucio Cabañas / el guerrillero sin esperanza, Luis Suárez cita que tras  la muerte del guerrillero la Secretaría de la Defensa Nacional emitió un comunicado en el que explicó: “Alrededor de las 9 de ese día, en la región El Otatal, municipio de Tecpan de Galeana, a unos 20 Kms. (sic), al NO de esta última población, fuerzas militares tuvieron un encuentro con el grupo delictivo del secuestrador y asaltante Lucio Cabañas Barrientos, en el que éste resultó muerto en compañía de otros 10 maleantes que los acompañaban”.
Hijo de Rafaela Barrientos y Cesáreo Cabañas Iturio, Lucio nació el 15 de diciembre de 1936, estudió la primaria en El Cayaco, municipio de Coyuca de Benítez; de ahí continúa la secundaria y el bachillerato en la escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
A la edad de 23 años es electo secretario general de Comité Estudiantil Ricardo Flores Magón de la Normal de Ayotzinapa. Al surgir el movimiento estudiantil universitario que luchaba por la autonomía de la Universidad (antes Colegio del Estado), Lucio consultó a la base estudiantil si había condición para apoyar a los universitarios. La asamblea de ese día determinó que Ayotzinapa se incorporara a la protesta, que a la postre derrocó a Raúl Caballero Aburto de la gubernatura.
Un año después, la reunión de base lo eligió secretario general de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).  Ya como dirigente de esta organización estudiantil que aglutinaba a las normales rurales de todo el país, dejó un año sus estudios para abocarse a resolver el conflicto interno de la separación de algunas normales, como El Mexe, Hidalgo.
Al regresar a Ayotzinapa, Lucio recibe al dirigente de Asociación Cívica Guerrerense (ACG), Genaro Vázquez Rojas, con quien tuvo cercanía durante el movimiento popular de 1960.
Al egresar de la Normal, el atoyaquense recibe la plaza de maestro de primaria, para atender a la localidad de Mexcaltepec, parte alta de Atoyac. Ahí encabeza su primera protesta a lado de los ejidatarios contra Silvicultora Industrial S. de R. L., por la tala inmoderada de los bosques que a la comunidad no le dejaba ningún beneficio.
Esta acción del normalista hizo que los madereros presionaran al gobierno estatal, a raíz de la cual Cabañas fue transferido a la escuela primaria Modesto Alarcón, Atoyac. Sin embargo,
Lucio no se retira del movimiento agrario, al contrario, funda la Delegación de la Central Campesina Independiente en esa región.
Así inicia su trabajo con los pueblos, bajo la premisa de “Ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo”.

***

La lucha política de Lucio en Guerrero se fortalece cuando se une al líder de ACG, Genaro Vázquez Rojas, y al dirigente de Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), Othón Salazar, para luchar en contra del entonces gobernador Raúl Caballero Aburto.
Sin dejar de lado el movimiento en Guerrero, Lucio Cabañas amplía su campo de acción y se incorpora al Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y al Partido Comunista (PC). Desde ahí asesora y organiza la protesta campesina.
En su texto, Luis Suárez consigna que el maestro rural decía a la gente: “…que había maestros del pueblo que estamos dispuestos a orientar, no sólo en la educación, sino en su lucha como partes del pueblo; padres de familia, partes del pueblo contra todo el régimen, contra el gobierno, contra la clase rica”.
En la obra editada en 1976, el periodista dice que en 1965, por el activismo político de Lucio, el gobernador Raymundo Abarca Alarcón lo transfiere a la escuela rural de Tuitán, Durango, junto con Serafín Núñez. Las protestas de maestros de MRM en Guerrero obligaron a Abarca Alarcón a gestionar ante el secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, el regreso de Cabañas a su centro de trabajo, la escuela primaria Modesto Alarcón.
Al retornar a Guerrero, Lucio Cabañas retoma la lucha que enarbolaba antes de ser expulsado, y centra sus acciones en contra de los abusos de los talamontes, terratenientes, autoridades municipales y estatales, así como directores de escuelas que abusan de su puesto.

***

El 18 de mayo de 1967, a las 8:00 de la mañana, los maestros de la escuela primaria Juan N. Álvarez se presentaron a laborar como de costumbre. Sin embargo en las inmediaciones del edifico escolar ya había un grupo de padres de familia que impedían el paso, la judicial y la motorizada respaldando a la directora de la escuela Julia Paco Piza.
Ante la presencia de agentes policiacos, la gente se enardeció al grado de impedir que los judiciales y motorizados ingresaran a la escuela. Cuando estaba el forcejeo llegó Lucio para asesorar a los padres de familia inconformes, tomando un micrófono para dar indicaciones; en ese instante el comandante de la motorizada intentó arrebatarle el micrófono a balazos. Entre la confusión de los padres de familia y maestros que apoyaban a Julia Paco Piza, se soltó la balacera dejando un saldo de 11 muertos. Como los agentes policiacos intentaban culpar a Cabañas por los acontecimientos, éste se refugia en la sierra para defenderse de la persecución gobiernista.
Así empieza su lucha, que duró siete años en la sierra, entre los matorrales y la balacera del Ejército que a su paso quemaba pueblos enteros para quitarle base social al maestro normalista, refiere Laura Castellanos en su libro México armado.
Ese día por la tarde, Lucio llega al ejido de San Martín y desde ahí organiza la lucha armada.
En una parte del libro donde Luis Suárez le da voz a Lucio, el guerrillero planteaba que no hacía que hubiera o no condiciones para hacer la revolución, que “cuando matan al pueblo, hay que matar enemigos del pueblo. Y de ahí parte la revolución, de ahí parte toda revolución”.
La rebelión en la sierra de Atoyac y Tecpan de Galeana se da desde lucha ideológica, así como la transformación de las condiciones de vida, opresión y miseria de los campesinos. “...lo que sí es cierto, es que con una matanza nos decidimos a no esperar otra. Y hemos dicho aquí: para que un movimiento armado empiece, necesita varias condiciones: que haya pobreza, que haya orientación revolucionaria, que haya un mal gobierno, que haya un maltrato directo de los funcionarios. Todas esas cosas se pueden aguantar, pero lo que no se aguanta es que se haga una matanza, eso sí no se puede aguantar...La forma de nuestra lucha, es la guerra de guerrillas, nuestra manera de enfrentar a los caciques será venadeándolos, cayéndoles de repente; también para los guachos, los tiras, los traidores. Nunca presentarnos en combate frontal”.
De acuerdo con datos periodísticos, al siguiente día funda en la sierra la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, brazo armado de Partido de los Pobres. En las faldas del cerro La Patacua, zona de El Porvenir, en Atoyac de Álvarez, se insta la base de la Brigada.
Desde ahí organiza el campamento y prepara el primer ataque a un cuartel de 49 Batallón de Infantería.
La primera célula de la Brigada la integran 13 milicianos, unos fijos otros transitorios. La táctica de la guerrilla hace que unos duren dos meses en la sierra, luego regresen a su lugar de origen. El dinero para su movimiento lo obtienen mediante secuestros y robos a oficinas gubernamentales.
El siguiente paso de Cabañas es la constitución de comité de autodefensa. Esto lo obliga a recorrer toda la sierra para coordinar con los ejidos y comunidades de campesinos, logrando así conformar varios “Comités de Lucha”.
Suárez, quien fue jefe de redacción de la revista Siempre, registra: “Dos años después de que Lucio subió a la sierra, la Brigada ajusticia al Ing. Fierro en el arroyo Las Parotas, por participación en la masacre del 18 de mayo de 1967; En diciembre del mismo año, atacan a la policía judicial entre Atoyac y el Rincón de las Parotas, en esta emboscada hay dos bajas de la policía judicial. Semana después asaltan el Puente del Rey, apoderándose de 23 mil pesos.
“En 1970 secuestran al ganadero, Juan Gallardo, de San Jerónimo, en su rancho ubicado en la carretera Atoyac-Acapulco. Al año siguiente, el 29 de junio, con 16 miembros de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento emboscan a militares, pero varios de los milicianos mueren en el combate. Al día siguiente, en otra celada caen 16 soldados y varios oficiales. En junio de 1972, secuestran a Cuauhtémoc García Terán, en lugar de su hermano Ulises.
“El 30 de mayo de 1974, la Brigada logra secuestrar a Rubén Figueroa Figueroa, candidato a gobernador de Guerrero por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Mientras mantenía en cautiverio al empresario de transporte, el ejército mexicano dirigido por el general Eliseo Jiménez Ruiz desata la campaña militar A ras de tierra para aislar las comunidades de los guerrilleros; el 8 de septiembre, en un enfrentamiento sangriento, Figueroa es liberado y el saldo es de 23 rebeldes muertos y un soldado herido.
“Los operativos contrainsurgentes no terminan ahí, al contrario, la persecución se intensifica hasta dar muerte a Cabañas. El 30 de noviembre otros 17 rebeldes caen abatidos, la muerte del comandante cada día está más cerca, el 2 de diciembre, el general Cuenca Díaz, secretario de la Defensa Nacional, informa que en Otatal, Guerrero, varios grupos militares se enfrentaron con los rebeldes, resultando muertos Lucio y los alzados “Roberto”, “Arturo” y “René”, en tanto que el ejército sufrió dos bajas. Fue sepultado en el panteón municipal de Atoyac de Álvarez por los militares de manera clandestina”.

Los restos mortales del guerrillero fueron exhumados en 2003, del panteón municipal de Atoyac —donde fue enterrado en secreto el 3 de diciembre de 1974 por soldados de 49 Batallón de Infantería pertenecientes a la 27 Zona Militar— para depositarlos al pie del obelisco que se le construyó en el zócalo de Atoyac, último sitio donde estuvo públicamente Lucio Cabañas tras la matanza de padres de familia del 18 de mayo de 1967. 

30 de noviembre de 2007

Otra historia de represión oficial

Kau Sirenio

Cuando Luis Hernández escuchó su nombre desde la celda del lado izquierdo de la entrada de los separos de Acapulco, creyó que su libertad se aproximaba. No fue así. Apenas dio unos pasos para atender el llamado, un hombre fornido lo tundió a culatazos en la espalda.
Ahí se dio cuenta que la tortura y la persecución contra la escuela Normal de Ayotzinapa apenas comenzaba.
Él y otros 55 de sus compañeros fueron detenidos y trasladados a los separos de la Procuraduría General de la República (PGR), delegación Guerrero, el 30 de noviembre de 2007 durante una protesta en la caseta de La Venta, de la Autopista del Sol, acusados de terrorismo, vandalismo y daños a las vías generales de comunicación. De los detenidos, 28 eran estudiantes, otros 28, de la Generación de Egresados de Ayotzinapa Lucio Cabañas Barrientos (GEA-LCB).
La represión contra los normalistas inició dos semanas antes. El 14 de noviembre de aquel año, fueron desalojados por cuerpos de anti-motines estatales del Congreso local, con tal exceso de fuerza que un centenar de estudiantes quedaron heridos.
–Al escuchar mi nombre pensé que era una visita, pero no fue así, apenas salí, me recibieron a culatazos. De ahí me llevaron a una oficina donde cuatro personas, entre ellos una mujer, me torturaron –recuerda el normalista.
El 30 de noviembre de 2007, egresados y estudiantes arribaron a la caseta la venta a las 11:40 para protestar en demanda de una audiencia con el gobernador. Apenas empezaban a pintar sus demandas con aerosol en las paredes, cuando comenzaron a llegar patrullas sector caminos de la Policía Federal Preventiva (PFP) con armas largas, toletes, escudos y gases lacrimógeno.

***

Luis ingresó a la Normal Rural de Ayotzinapa a la edad de 20 años; antes estuvo en la sierra de Oaxaca como instructor comunitario de Consejo Nacional para el Fomento Educativo (Conafe). Ahí tuvo su primer acercamiento con los niños y de paso decidió ser maestro rural.
–Mi experiencia en Conafe es la más fuerte. Ahí aprendí a convivir con la pobreza extrema, vi la miseria, el hambre, el analfabetismo; muertos por tifoidea. Las muertes maternas se volvieron comunes por falta de médicos.
Recorrió la sierra de Oaxaca, en medio de encinos; caminó por las brechas. “Allá íbamos los instructores comunitarios, caminando veredas que eran en partes convertidas en sembradíos de mariguana. Nosotros los jóvenes quinceañeros, arriesgando todo, llegábamos para estar con ellos, en ocasiones meses enteros, comiendo sólo ejotes hervidos; y cuando bien nos iba un huevo estrellado en el comal”.
Originario de la costa chica de Oaxaca, Luis trabajó en una tortillería en Puerto Escondido. A los 14 años, formó parte de la empresa de un teniente coronel retirado Ejército. “Me mandó a la chingada, porque según él, me hacía un favor con darme un trabajo, porque no tenía la edad para trabajar; eso sí, sin seguro social”, recuerda.
De tez morena, el normalista habla de la injusticia que le tocó vivir en la sierra, desde los abusos de los militares que les robaban a los campesinos. “Los chatinos solo veían cuando los soldados se llevaban lo poco que tienen para comer”, dice.
Este proceso de aprendizaje comunitario llevó a Luis Hernández estudiar en Ayotzinapa, porque alguien le dijo que es la escuela para los pobres. Al terminar su estancia en Conafe se inscribió en Ayotzi, ocupando el lugar 80 del escalafón de aceptados.

***

El viernes de hace seis años, Luis llegó a la caseta bordo de un autobús que transportaba a los de GEALCB. Atrás venía otro autobús con alumnos de la Normal de Ayotzinapa. El sol mañanero en Acapulco era inclemente. El sudor escurría en la cara de los normalistas.
De Ayotzinapa a Acapulco, egresados y normalistas fueron seguidos por un Tsuru rojo que de repente intentaba rebasarlos; luego se detenía. “El Tsuru, nos seguía de cerca; ese viernes algo presentíamos que iba a pasar, porque no era la única actividad, sino se estaba haciendo de manera simultánea en toda la región. Exigíamos la salida del secretario de Educación en Guerrero, por eso sentíamos que algo iba a pasar. Horas más tarde eso ocurrió”, recapitula.
“Llegando a la caseta de La Venta formamos comisiones. Algunos se dedicarían a hacer pintas, otros a volantear y un grupo menor a pedir cooperación a los automovilistas para el sustento del movimiento que comenzó en el mes de agosto”, recuerda.
–Cuando llegaron, ¿en la Caseta de la Venta había policías? –le inquiero.
–Sí. Una persona de tez morena se acercó a nosotros y preguntó: “¿Cuántos vienen?”. “Pocos”, contestó mi compañero. Un compañero le preguntó al interrogador si era reportero y de qué periódico o medio de comunicación era. “Soy de Gobernación”, contestó. De allí caminó hacia donde estaban apostados los federales, que luego se dispersaron alrededor de la caseta.
A los veinte minutos de que los normalistas llegaron, arribó otro camión de federales; los estudiantes decidieron no confrontar. Así que decidieron abordar los autobuses y regresar a la Normal de Ayotzinapa. Sin embargo, no lograron salir del cerco policiaco.
Los federales les cerraron el paso y comenzaron a golpearlos sin darles tiempo de correr, mientras que otros muchachos les gritaban a los policías que no los golpearan, que ya se iban. Uno alcanzó a decir: “Nos vamos, no queremos problemas”.
Los policías ya tenían acorralados a los manifestantes, los tenían a escasos 20 metros, impidiendo que los demás corrieran hacia los autobuses que ya empezaba avanzar de regreso a Chilpancingo. “Observamos que la intención no era que dejáramos la caseta, sino encarcelarnos”, narra Santiago.
El último que venía corriendo era Óscar Cotino Molina, que intentaba subir al segundo autobús. Pero no logró su cometido. Un policía federal que venía corriendo atrás de él, lo empujó contra el autobús. Al caer gritó fuerte, con una voz desesperante, y en cuestión de segundos estaba tirado bajo las llantas del autobús, mientras unos policías lo golpeaban.
Luis Hernández recuerda que escuchó en ese instante dos disparos. El pánico se apoderó de ellos. Un muchacho gritaba: “mataron a uno, hay que regresarnos”. Mientras que los policías gritaban: “Ya ven, por andar de guerrilleritos se los va a cargar la chingada, pendejos”.
El grito se pierde. De repente las voces se repiten: “no disparen cobardes, aquí estamos”. Del otro lado de la carretera eran sometidos a golpes, tirados en el asfalto de la Autopista. La fuerza de los federales es superior a la de los normalistas; pero conforme avanza la golpiza también van llegando más patrullas. Desde la patrulla que trae a seis policías apuntan hacia el autobús de GEA-LCB.
–¿Qué pensaste cuando viste que estaban apuntando? –pregunto.
–Pensé que nos dispararían
–recuerda–. Pero dispararon del otro extremo, fueron como tres tiros, mientras gritaban: “Aquí nadie los va a defender, maestritos pendejos”.
Cuando el autobús intentaba avanzar, una camioneta le cerró el paso. Los chavos intentaron bajar y huir, pero abajo los estaban esperando los policías para golpearlos.
Los policías seguían aplicando la fuerza a pesar de que los normalistas ya estaban sometidos. A un pelón lo tiraron en el chapopote a culatazos en la cabeza, mientras los demás eran golpeados con saña en el otro extremo.
Cuando los policías lograron someter a todos, empezaron los insultos en contra de los normalistas. “Venimos por ustedes, pinches chamacos pendejos. Por ustedes nos mandaron a Guerrero, bola de culeros. Bien estuvieran tomándose una cerveza, no que andan de revoltosos, pero ahora sí van a saber lo que es el gobierno, cabrones”, gritaba un policía gordo con lentes oscuros.
Un muchacho trató de ver la cara de los policías, pero fue sometido a golpes. “No me mires, hijo de tu puta madre, quítate tú pinche pañuelo, guerrillerito de mierda”, vociferaba el policía y seguía golpeado al pelón.
En ese momento llegó una persona que se fue directo contra un muchacho de playera verde y le dijo: “A ver, pendejos, me van a decir quién es el líder. Tú de la playera verde, me vas a decir o te rompo la madre”.  
“No sé”, contestó el estudiante todo tembloroso.
Los policías no conformes con la golpiza que le propinaron a estudiantes y egresados, les advirtieron: “El primero que mueva la cabeza, me lo echo”.
Sobre el bordo del lado norte se escuchó de nuevo el cerrojeo de varios fusiles, mientras otro policía seguía echando polvo de extintor en la cara de los normalistas.
A varios se les iba la respiración por el polvo del extintor. Un muchacho empezó a toser. Eso no le importó al granadero que le gritaba: “Eso querían, pendejos. Andan de revoltosos, ahora aguántense, para que vean que con el gobierno no se juega”, y volvió a rocearle en la cara.
Antes de subirlos a las patrullas que los llevarían a los separos de la PGR, les quitaron sus pertenencias (celulares, cinturones, dinero, collares, gorras y pañuelos), mientras unos policía les pisaban la cabeza y otros brincaban en la espalda de los normalistas y les gritaban: “Este pendejo ya no repara”. Los demás se reían.
–¿Dónde dejaron a las viejas, putos? Las hubieran traído para que nos divirtiéramos –dijo uno de los policías.
Un policía tomó a un pelón del cuello y le preguntó:
–¿De dónde eres, perro? –preguntó el policía.
–De Oaxaca –contestó asustado el pelón.
El policía le dio unos golpes en la boca del estómago y le gritó: “Aquí no es Oaxaca, pendejo, ni APPO, ni que nada.
–¿Eres de la APPO? –volvió a preguntar mientras lo golpeaba.
–No, soy estudiante –musitó.
–Tú vas a pagar lo que nos hicieron los pendejos de la APPO
–le advirtió el policía golpeándolo de nuevo.
A bordo de los camiones
que los trasladarían a la PGR, los policías prohibieron a los detenidos verles la cara y hablar. En las instalaciones policiacas, volviero a insultarlos y los grabaron con una videocámara; les preguntaron sus nombres, lugar de nacimiento, nombre de sus padres y la causa que los llevó a la caseta.
Cuatro horas después, metieron a Luis y a quince de sus compañeros en una celda de cuatro metros cuadrados. Hasta que llegaron los abogados de la Comisión de Defensa de
Derechos Humanos (Coddehum), los detenidos lograron salir al baño o tomar agua.
En la madrugada llegaron siete personas para sacar a Luis Hernández de la celda, se identificaron como jefes. Se lo llevaron a punta de toletazos mientras le decían: “A ver, cabroncito, te vamos a llevar aparte para enseñarte a no hacer desmadre”.
Lo tuvieron en un cuarto oscuro toda la mañana y allí lo interrogaron acerca del movimiento. Un policía le dijo que la orden era golpearlos y encarcelarlos, que Zeferino Torreblanca pidió apoyo a la federación porque estaba preocupado de que en Guerrero pasara lo mismo que en Oaxaca, y decía: “Ojalá que con esto ya le bajen, cabrones, porque el gobierno cuando quiere hasta puede desaparecerlos”.

***

Durante los dos días que estuvo detenido –dice Luis– lo torturaban en la noche y escuchaba los gritos cuando los policías golpeaban a sus compañeros. Sin saber qué hacer ni cómo moverse en el pequeño espacio, no le quedaba de otra que seguir de pie o en cuclillas.
–¿Qué te preguntaron durante el interrogatorio? –le digo.
–¿Perteneces al EPR o al ERPI? –me preguntó uno.
–¿Qué le dijiste? –insisto.
–Les dije que soy maestro recién egresado, que quiero ejercer mi profesión.
–¿Qué pasó después?
–Volvió a preguntarme de nuevo que si pertenecía a grupo de choque; le dije que no sabía que es eso. Me dijo: “Tenemos datos y antecedentes que has estado platicando con personas mayores de edad, dinos el nombre de esas personas”, mientras me golpeaba.
“Les dije el nombre de mis maestros pero no sabía sus apellidos; un hombre con acento del norte me dijo: ‘Anda, Güicho, habla mejor, no queremos partirte la madre. Tenemos órdenes precisas de hacerlo e incluso de cortarte el cuello ahorita mismo… habla, cabrón, antes de que me enoje’”.
Luis dice que durante el interrogatorio los policías lo saturaron con preguntas que van desde su grado escolar, donde estudió, quiénes fueron sus maestros, qué libros leía, con quién se juntaba. Al mismo tiempo, una mujer con una pistola en la cintura graba al egresado normalista.
–Me dio mucho temor. El interrogatorio se prolongó hasta las tres de la mañana, al salir de la oficina vi a Aurora Muñoz, (secretaria) de Derechos humanos del PRD; le pedí que se fijara a dónde me llevan.
Agrega: “Ella repentinamente volvió la mirada y les dijo a los policías: ‘A este muchacho no lo sacan de aquí; soy de derechos humanos’. Fue entonces que me trasladaron a una celda apartada de mis compañeros en donde estaban cinco policías federales custodiándome junto a tres compañeros más”.
Al amanecer el primer día de diciembre, Luis y sus compañeros recibieron visita del presidente municipal de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, quien les llevó pollo frito. Más tarde llegó el diputado local Ramiro Solorio Almazán con los diarios locales y nacionales.
–Miren, son noticia nacional –les dijo Solorio Almazán–, no se preocupen, ustedes salen de aquí porque salen, canijos, échenle muchas ganas.
Más tarde llegaron los abogados de la Coddehum y dirigentes de organizaciones sociales.
Afuera de los separos de la PGR se oyen las consignas que retumban en el edificio maloliente por el sudor. “Genaro Vázquez Rojas / tu lucha no fue en vano / el fusil que nos dejaste / lo llevamos en la mano”.
La PGR pretendía consignar a los cinco identificados como dirigentes. “La postura era que saliéramos todos o nadie”, recuerda Luis.
–¿Qué hicieron cuando supieron el plan de la PGR? –pregunto.
–La negociación se prolongó. Las organizaciones sociales querían que saliéramos los cinco señalados como dirigentes y que los demás esperaran. Porque la intención del gobierno era fincar cargos a los dirigentes, para consignarnos al CERESO de Acapulco. Creo que fue la decisión más acertada tomada por los dirigentes que estaban negociando.

Agrega: “Entendimos que era la más viable, fuera nosotros podíamos sacar a los demás, dentro sería difícil salir nosotros mismos. Salimos el 2 de diciembre de 2007, fecha de la muerte en combate del profesor Lucio Cabañas Barrientos, nos fuimos a la normal a seguir en la lucha…no paramos”. 

sábado, 25 de febrero de 2012

Ayotzinapa: madre en lucha


Unos huaraches de pata de gallo, rotos, a medio amarrar en los pies de Alfonsina Cipriano Barrera, son sus acompañantes en el ir y venir de Las Ánimas, municipio de Tecoanapa, a la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Los huaraches son testigos de cómo la mujer morena, gordita, siempre busca estar cerca de su hijo, el normalista, por lo menos una vez a la semana. Los miércoles es cuando lo hace.
Por la tarde, cuando el sol se ponía y sus rayos rojos brillaban en los cristales del comedor de la Normal, allí, la señora Cipriano Barrera, se detuvo para platicar de su hijo. La charla se extiende hasta muy tarde. Ella mueve y mueve sus pies con esos huaraches, tratando de recordar su vida que está llena de esfuerzo desde que nació.
Es baja, y un poco encorvada. Su cuerpo, roto por un trabajo incesante y los malos tratos que ha vivido, se movía sin ruido, ligeramente ladeado, como si temiera tropezar con algo. El ancho rostro surcado de arrugas, un poco hinchado, se iluminaba con sus ojos oscuros, tristes e inquietos como los de la mayoría de las mujeres del pueblo. Las canas contrastan con el espeso pelo negro.
Su rostro café, humo, brillantes sus dientes de hambre, es el recuerdo de una mujer que nació para luchar con uñas y dientes para mantener a sus tres hijos, como madre soltera. Son hijos de dos hombres diferentes, sus apellidos no coinciden, la mayor se llama Elvia. De ahí sigue Odibel y Santiago Victoriano Cipriano.
Dice que todas la mañana, entre el humo y el olor a aceite de la comunidad de Las Ánimas, un pueblo campesino, los ladridos de los perros y el relinchido de los caballos es ruido cotidiano. Allí creció; pero nunca conoció a su madre, porque murió cuando Alfonsina apenas tenía 10 meses de nacida. Se quedó al cuidado de su tía Hermelinda, quien la crió en una casita de madera de paredes rellenas de tierra colorada. Allí vivió hasta que la tía se casó. La soledad y el abandono regresaron de nueva cuenta, así que buscó a su abuela materna, para que viviera con ella. Su papá se volvió a casar. No había forma de vivir con él.
Ella no descansa. Durante la cosecha en Las Ánimas trabaja de peón y por la tarde vende masa. Es su única fuente de ingreso. De ahí mantiene los estudios de Odibel, en la Normal, y a Santiago, quien estudia ingeniería en la ciudad de México.
–Él quería estudiar medicina; pasó el examen en la escuela de medicina en Acapulco, pero es muy costoso, por eso le pedí que desistiera de esa idea. Mi hijo lloró cuando le dije eso. Pero también me entendió –dice mientras recoge sus cabellos.
Trabajar está en su naturaleza. No es la primera vez que lo hace. A los ocho años, ante la falta de dinero para su comida, trabajó como ayudante con una familia. Su salario fue de cinco pesos mensuales. Por eso repite y repite que ella apoyará a los normalistas en todas las acciones que emprendan para defender a la escuela.
–Aquí estaré para apoyar a los muchachos, así como lo he hecho hasta ahora. Hace una semana fui a la marcha en la ciudad de México, y aquí estoy para las otras marchas. Mi hijo y yo tenemos una deuda con esta escuela. No sé leer ni escribir, pero sí entiendo muy bien lo que pasa en Guerrero –asegura con voz ronca de tanto gritar consignas en apoyo a los normalistas.
Cada vez que visita a su hijo, Alfonsina siempre trae despensa para la Normal. Durante su tiempo libre visita a sus vecinos para recolectar víveres, como atún, arroz, frijol, jamaica y dinero; toda la colecta la entrega al comité de la cocina de la Normal.
Recuerda el dolor que sintió cuando Odibel le dijo que iba estudiar en Ayotzinapa. Acepta que no estuvo de acuerdo que él fuera normalista por lo que se decía de los estudiantes, que no estudian y que son guerrilleros; eso lo escuchó de sus paisanos que trabajan en el gobierno, cuando iban a la casa de su comadre Evelia, donde vive, porque no tiene casa propia.
Con el paso de los años, su hijo le fue diciendo la importancia de la lucha, pero también le advirtió de las carencias en la Normal, de su dieta diaria que consistía en huevo, frijoles y arroz. También le contó que en “la caverna” donde vivió el primer año, es un espacio tan pequeño que apenas es de tres metros cuadrados, pero allí vivía con siete compañero más. Alfonsina reconoce que fue esa historia que su hijo le contaba la que le hizo cambiar de idea y fue cuando se incorporó de lleno a las actividades de la Normal.
–Para seguir en esta lucha voy a vender mi maíz. Lucharé con todo para que no la cierren, porque hay otros muchachos pobres al igual que mi hijo que desean estudiar. Si el gobierno decide hacerlo, nosotros como padres de familia tendremos que defenderla cueste lo que cueste.
Cuenta que cuando tuvo 13 años iba a las fiestas a ayudar en la molienda para ganarse la comida, que compartía con su abuela, que de ese sufrimiento le nació apoyar sus hijos para que estudiaran, y que son su única esperanza. Los hijos de Alfonsina son ahora como el seguro para la vejez, porque no tiene
IMSS, ISSSTE, no conoce qué es eso, apenas si está en la larga lista de Seguro Popular. Desconfía del gobierno.
–No se puede confiar en un gobierno que mata –dice–, un gobierno que atiende a los estudiantes con balazos no se le puede creer. Por eso lucharé a lado de mi hijo... pido justicia para los muchachos caídos. Ellos eran la esperanza de sus padres; ahora están muertos.
Le digo a Odibel que se cuide del gobierno, que no se crea de las promesas, porque Ángel Aguirre Rivero, cuando andaba en campaña prometió mucho y no ha resuelto nada. En lugar de mejorar la condición de transporte ahora aumentó el pasaje. En lugar de más escuela, sus policías mataron a dos estudiantes. Es un gobierno mentiroso. Lo único que sabes es mentir.
–¿No tiene miedo? –se le pregunta.
–¡No soy una ladrona! Hace un mes mataron a dos muchachitos normalistas.
Ellos tampoco eran ladrones. Los mataron porque luchaban por una educación digna, así como más matrícula para los hijos de los campesinos; cayeron muertos; mi hijo fue golpeado, lo trataron como animal, porque él también es pobre y lucha por su escuela. Su demanda es ahora mi demanda. Lo llevaré en mi pueblo, para que todos conozcan y reflexionen la verdad...

Lo menos, es que las demandas de Ayotzinapa son justas

“¿Secuestrados?”, preguntan los choferes de autobuses retenidos

Kau Sirenio

Es lunes por la mañana. El operador del autobús Estrella Blanca circula sobre la carretera Iguala-Chilpancingo. Por manejar un kilómetro le paga 67 centavos más 4 por ciento de comisión. Su hija estudia en una escuela particular, la mensualidad es de mil 400 pesos. Él como muchos otros trabajadores tienen la consigna de sus empresas de autobuses de atender el llamado de los estudiantes cuando hay movimiento estudiantil, como el de los normalistas de Ayotzinapa.

Otro operador de la ruta Morelia- ciudad de México, quien lleva 20 días con los normalistas, lo confirma. Él habla de la lucha estudiantil como si fuera propia. Conoce muy bien este movimiento porque dice que en su natal Michoacán, los estudiantes recurren a la misma presión para ser escuchados. Jorge Gabriel, es un hombre de estatura mediana, ojos cafés, y piel bronceada. Tiene la ruta Acapulco- Chilpancingo, Iguala-Taxco, Cuernavaca- ciudad de México. Conoce muy bien el estado de Guerrero, desde La Montaña hasta las dos costas. Su vida ha sido siempre en el volante.

Cada año los normalistas realizan distintas actividades con el fin de que se cumpla su pliego petitorio. La gerencia de las empresas de autotransporte, diseñan una estrategia con los conductores de los autobuses, con el fin de que las unidades no sufran daños. Ahí les dicen a los choferes que no pongan resistencia cuando los estudiantes les piden que los lleven.

Una vez que un autobús es llevado a la instalación de la Normal de Ayotzinapa, los estudiantes se ponen en contacto con la gerencia, para informar que la unidad estará en la escuela, y se hacen cargo de los choferes. Les dan la comida que ellos comen, frijoles y arroz, mientras otro grupo asea el automotor para que tenga buena presentación.

Jorge Gabriel dice con mucha seguridad que él no está secuestrado, como lo afirman los medios de comunicación locales.

–Las empresas tienen conocimientos que estoy aquí aunque no me llaman. Ellos me piden que haga todo lo que me pidan los estudiantes, para que no le pase nada a la unidad de transporte. No hay ni secuestro ni robo. Aquí me siento tan libre que dispongo mi tiempo, salvo cuando hay una salida a otra ciudad –dice mientras toma un sorbo de agua.

–¿Estás secuestrado? – se les pregunta.

–No. Estoy bien. Hasta ahora mi familia sabe que estoy aquí, mi esposa me visita todas las veces que puede. Más bien estoy retenido. Decir secuestro es palabra mayor –contesta el operador.

Durante la plática el operador de autobús narra su historia en las carreteras. Cada vez que contesta una pregunta el hombre trata de ser fuerte. Se esconde atrás de la camión que maneja para que su esposa no lo vea cuando les ruedan las lágrimas.

–Esta crisis es ante la falta de atención de las demandas de los estudiantes. Ellos sólo piden un trato digno. Pero el gobierno los reprime, lo denigra ante la sociedad. Me duele mucho ver cómo están satanizando a los chavos, lo digo porque soy padre.

Cuenta de su precario salario, de los kilometrajes que recorre al día o por la noche. Sus accidentes en las carreteras, así como las veces que policía federal de camino lo multaron. Su vida está llena de historias. Historias que se engarzan de una ciudad a otra.

–¿Cómo te tratan los estudiantes? –se le insiste.

–Bien, hay confianza con ellos. Uso los baños que tienen en su dormitorio. Eso sí que el agua está fría. Aquí no hay comodidad como se ha dicho, es la segunda vez que vengo como operador de un autobús retenido. Yo no. Puedo salir cuando yo quiera y entrar cuando quiera mientras cuide que no se dañe o se maltrate.

Jorge Gabriel, trata de explicar el movimiento de los normalistas. También habla de sus hijos del trato con ellos.

–El mayor estudia bachillerato, pago la inscripción, sus útiles escolares, es mucho gasto pero es necesario invertir en él, es mi orgullo. Mi hija menor estudia en una secundaria particular, al mes pago mil 400 pesos. Además de sus útiles escolares, hay que comprar uniforme.

–¿Alcanza tu salario para cubrir estos gastos?

–Apenas salgo tablas, por eso creo e insisto que la defensa de la educación pública es necesaria.

Tal vez las marchas afecten a otros pero ante la cerrazón del gobierno esto es necesario. Si mi hijo estuviera aquí o saliera a la calle a pedir lo que por derecho le corresponde allí estaré. Ahora que estoy en esta normal me doy cuenta de cómo los campesinos, apenas comen una tortilla al día, pero no desisten, porque quieren los mejor para sus hijos, lo mismo que yo quiero para los mío.

Mientras transcurre la plática con Jorge Gabriel, los estudiantes provenientes de otras normales, platican con los operadores de otros autobuses. Juegan con ellos, los llaman tíos, aunque no hay ningún lazo familiar. La confianza entre los choferes y base estudiantil es notoria.

El operador de la ruta Michoacán- Ciudad de México, pide el anonimato.

–Si digo mi nombre o la empresa donde trabajo, ellos van a tomar represalias en mi contra. No quiero que pase eso, porque de ahí mantengo a mi familia.

Cuenta su historia. Explica el monto de su salario. También conoce el movimiento estudiantil. Dice que la empresa de autotransporte sabe de la lucha de los jóvenes.

–Los empresarios están conscientes por eso no levantan cargos. Cuando inicia el periodo escolar, saben que habrá movimiento estudiantil, por eso nos dicen que en caso que los normalista tomaran un autobús, que no se ponga resistencia.

El punto obligado es saber si los operadores coinciden con las personas que dicen que los normalistas secuestran autobuses.

–¿Estas secuestrado?.
–No. Porque secuestro se da cuando privan la libertad a una persona y piden a cambio dinero. Además en el secuestro se vive en cautiverio. Aquí no. Somos tan libres que jugamos futbol con los chavos, nos llevan a conocer las instalaciones de la Normal, de sus terrenos. Nos cuentan de las luchas que han emprendido por la defensa de educación pública.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Alexis Herrera: trabajador y solidario

Quería ser buen maestro

Kau Sirenio

El viernes 16, cuando saliera de vacaciones, Alexis Herrera Pino tenía planeado ir a su tierra, La Y griega, municipio de Atoyac, y disfrutar de las enchiladas que su madre le preparaba siempre que iba de vacaciones. Nunca llegaría.
El 12 de diciembre, cuatro días antes, cayó asesinado de un balazo en la cabeza, durante una operación policiaca para desalojar a un grupo de estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa, que ese día bloquearon la Autopista del Sol para presionar al gobernador a fin de que les concediera una audiencia.
El Güero, gozaba de buena reputación, tanto entre sus amigos y familiares de su tierra, como entre sus compañeros de la Normal.
Incluso, entre quienes apenas lo conocían. Dos meses antes, hizo sus prácticas en la escuela primaria Vicente Guerrero, en Las Mesas, municipio de San Marcos, en la Costa Chica. En la calificación, los maestros de ese plantel lo evaluaron como: bien, muy bien y excelente.
Lejos de imaginar que lo matarían antes, el Güero, como le decían, le avisó a su hermano Víctor (a) Chico que el lunes 12 realizarían actividades con el fin de difundir las demandas de la normal.
–Me dijo que en la Normal alguien pegó un papel donde criticaban a los normalistas. –recuerda su hermano.
El sábado, Alexis pasó al cuarto de Chico, en Chilpancingo; le pidió una camisa prestada, para salir con su novia Anel; le platicó de la amenaza, como si esto fuera una advertencia para que los normalistas no protestaran el lunes. Tenían pensado tomar la caseta de Palo Blanco.
Le dijo que en la Normal apareció un papel en el comedor en el que se leía: “Ayotzinapos tienen todo y quieren más, hasta rentan la alberca para sacar más dinero, que quieren, ya páranle”.
El 12 de diciembre, la policía federal, la ministerial y la preventiva estatal abrieron fuego con armas largas contra los estudiantes. Allí cayó Jorge Alexis, mientras participaba en el bloqueo a la Autopista el Sol.
Él, un joven de 22 años, 1.75 de estatura y 75 kilos de peso, gustaba de usar playeras rosas y pantalón beige. Su estatura fue, quizás, la causa de su muerte. Cuando vio a su compañero Gabriel Echeverría de Jesús tirado, quiso auxiliarlo y saltó el muro de contención de la carretera. Justo en ese momento lo alcanzó en la cabeza.
En noviembre, los estudiantes solicitaron una audiencia con el gobernador Ángel Aguirre Rivero, para pedirle solución a las demandas de la escuela, entre éstas algunas muy añejas: la convocatoria para la designación del director de la escuela, incremento de la matrícula y aumentar el costo de la ración alimenticio.
–El pliego petitorio es tan sencillo; no había por qué matar a mi hijo
–dice Elizabeth Pino, mientras intenta detener con su mano el torrente de lagrimas que parece interminable.
Desde el momento en que se enteró de la muerte de su hijo, el dolor no se separa de Elizabeth, Cuando mira las fotos de Alexis, se le vienen los recuerdos de cuando nació.
–Mi hijo fue un niño muy sano –platica–. Cuando nació pesaba cinco kilos; su papá estaba muy emocionado con nuestro hijo. Él era el orgullo de los Jorges. Mi suegro y mi esposo, se llaman así.
El dolor habita en la casa de los Herrera Pino. Hasta la modesta vivienda ubicada en  La Y griega, llegan vecinos y familiares que no pudieron asistir a la misa o al sepelio, para dar el pésame. La señora Pino no para de llorar. Llora todos los días. Busca ocultar su dolor para que el pequeño Anwar Herrera Pino no llore más. Desde el lunes 12, Alexis ya no carga más a su hermanito, a ese niño que él definía como su adoración.
Los proyectos del normalista consistían en terminar la Licenciatura en Educación Primaria en la Normal Rural, para costear los estudios del pequeño Anwar, de seis años de edad.
Otro de sus planes era ser buen maestro. Prometía que su primera quincena la entregaría completa a su madre, para que se comprara lo que ella quisiera.
Los primeros días de noviembre, al enterarse de que Alexis había llegado para pasar los días de muertos, varios amigos y un primo de él llegaron a su casa. Entre los planes estaba comer carne asada. Allí estuvo también Chico, el inseparable e idéntico hermano, pues tienen el mismo retrato, como si los hubiera dibujado la misma mano con el mismo lápiz o, como dice el dicho, cortado con la misma tijera. La única diferencia entre ellos, era la estatura.
Otra cosa que unía mucho a los dos hermanos era el deporte.
–El viernes fue la última vez que fuimos a jugar futbol, en la Normal. Él era defensa y delantero, –recuerda Chico.
Dice que así como le gustaba jugar futbol y basquetbol, también le gustaba el trabajo. Sus vacaciones las dedicaba a la huerta. Ayudaba a su papá en la cosecha de frijol o en el corte de coco.
Su primo Geovani, lo define como el amigo, el hermano que nunca tuvo; además de muy trabajador. No había día que él estuviera sentado. Siempre que veía a su papá tomar camino al campo, luego, luego dejaba de hacer lo que está haciendo para sumarse al trabajo de su casa.
–Cuando me secuestraron hace más de un año, él al enterarse de lo que me pasó, luego se vino, buscó todas las forma para que me liberarán –comenta Geovani–. Recuerdo que cuando hablé a la casa para avisar que fueran por mí donde mis captores me dejaron, él acompañó a mi mamá y a otra prima. Al verme, fue el primero en abrazarme; los dos juntos lloramos ese día. Allí me dijo que soy su hermano mayor.
–Mi hermano era protector, cuando se iba a la normal se ponía triste. Le preocupaba dejar solos a sus padres –dice Arianna, la mayor de los cuatro hermanos.
Así como protegía a sus hermanos y primos, igual hacía con sus amigos. En la Normal, conoció al Cuarenta (Irving), con quien compartió la habitación, el cubi, como le llaman al cubículo en Ayotzinapa.
Irving define al Güero como su hermano. –Cuando llegamos por primera vez a la Normal, con él conviví, vivimos en la misma ala. Durante la semana de adaptación, él quería dejar la escuela. Le hablo a su papá, para decirle que estaba muy pesado. Llegué a escuchar que se iba regresar a su casa; eso me dolía mucho porque me iba dejar solo. Ahora estoy más dolido. Mi amigo, mi hermano ya no estará más conmigo.
Aunque en el caso del futbol, los dos amigos les iban a equipos diferentes, nunca se peleaban y tampoco apostaban. Cada quien vivía la gloria después de cada partido.
–Yo le voy al América, y él al Cruz Azul, pero nunca llegamos a discutir o minimizar a los equipos, siempre procuramos de disfrutar nuestra amistad –cuenta Irving  mientras, muestra algunas fotos de su amigo.
Sentado en la litera donde durmieron durante dos años y cuatro meses, ahora piensa ceder su cama a su otro amigo a quien le dicen el Copi, para que él pueda dormir en la cama de arriba donde durmió Alexis, como para no olvidar nunca a su hermano, como él lo consideró.
Chucho, de la comunidad de Los Humos, municipio de Atoyac, fue compañero del Güero, primero, en la secundaria general número 14 Mi patria es primero; y, luego, en la prepa 22 de Atoyac. Llorando habla de su entrañable amigo.
–Mira, yo no sabía que él iba estudiar para maestro. El primer día que lo vi me emocioné porque encontré a un amigo con quien compartir.
Eso sí que me dolía cuando él quería desertar. Siempre buscaba la forma de animarlo para que no se fuera –dice mientras se lleva sus manos a la cabeza.
– ¿Por qué quería desertar? –se les pregunta.
–Cuando lo encontré en el salón que nos asignaron, me habló. Estaba cobijado con una toalla que apenas le cubría el pecho y la cabeza; sus pies quedaban destapados. Creo que el frío lo estaba venciendo, hasta que un amigo le regaló una sábana. A partir de ese día dejó de hablar con su papá.
–El Güero no está muerto. La lucha de él es de todos –se aferra Irving–. (Alexis) después empezó a tenerle mucho cariño a la normal. Siempre decía que su deuda más grande era con la escuela. Lo presumía en todas partes. Decía que es lo mejor que le pasó en la vida.

Triste encuentro.

3:00 de la tarde. En la comunidad de Zilacayotitlán, Acatepec, región de la Montaña, Anel Cruz Campos recibió una llamada telefónica en la única caseta que hay en la comunidad. Su mamá le preguntó por el Güero. Le pidió que bajara de la comunidad porque algo le había pasado a Alexis.
–Me pidió que me calmara, me dijo que los normalistas protestaron en la Autopista del Sol y que algo le pasó a mi novio. La escuché preocupada; luego dijo, como si estuviera llorando, que me bajara. No me quiso decir que estaba pasando, –recuerda Anel.  
La también normalista, egresada de la Escuela Normal Urbana Federal Rafael Ramírez, contó el viacrucis que vivió desde que recibió la llamada de su madre. A esa hora buscó transporte, pero no encontró. La única corrida es a las 3:00 de la madrugada. Volvió a llamar a su mamá para convencerla de que esperara, pero le insistieron que debía de bajar, que buscara alguien que la  llevará hasta el crucero de Tlatlauquitepec, que allí irían por ella. Eso la desconcertó más; los nervios la invadieron.
No sabía qué hacer. El miedo la tenía acorralada. Esperaba que no fuera cierto lo que estaba imaginando. Lo peor vino cuando llamó al celular de Alexis. No le contestó. Intentó varias veces. Opto por llamar a sus futuros suegros. Tampoco contestaron. Así que llamó a Víctor (Chico); éste le daría la noticia fatal.
–Cuñada, el Güero está muerto. Espero que seas fuerte. Te queremos mucho. –le dijo y colgó. Él tampoco tenía fuerza para sostener una conversación–.
Ella, en cambio, se soltó en llanto.  La señora de la caseta telefónica donde hizo la llamada, le preguntó qué le pasaba. Con mucho esfuerzo logro decir que mataron a su novio. La mujer rogó a Anel Cruz que por favor se quedará en la casa, que no saliera a la calle hasta que no llegaran sus padres por ella; luego le preparó un té de toronjil.
Mientras bebía la infusión, llegaron los recuerdos: de cuando se iban al cine, a la playa, al Parque Papagayo, a la casa de los Herrera Pino.
Recordó también cuando su novio se puso los tenis que le compró para la intermunicipal, la liga que se juega en El Ciruelar. Se imaginó al Güero, con esos tenis blancos, encestando una y otras vez.
Esperó largas horas. No supo cuanto tiempo pasó; pero sus papás llegaron a las 11:00 de la noche. Su primo en el volante, quería volar en la montaña: le urgía llegar a Chilpancingo, con la esperanza que Alexis no estuviera muerto y que la recibiera a besos, como siempre que se veían los fines de semana, sin imaginar que el cuerpo del Güero, estuvo horas en el asfalto de la Autopista del Sol, frente a la gasolinera que fue incendiada. Allí quedaron de verse.
–Los vi llegar. Mis suegro no se bajaron del coche. Sólo bajaron Chico, Geovani (primo de Alexis). Sentí que me vaciaron una cubeta de agua fría. Quise gritar pero me aguanté. ¿Qué delito había cometido Alexis para que lo mataran? –se preguntó.
Ahora buscará, al igual que la familia de su novio, que se haga justicia y que el doble homicidio no quede impune.
El próximo 6 de febrero ya no celebrarán el cumpleaños, el aniversario del noviazgo. Tampoco el día del amor y amistad.

La demanda.

Sentado en una pequeña silla de  su casa, Jorge Herrera Suárez, habla pausado entre el dolor y la indignación, como buscando a su hijo. Cuando ve a Chico se les ruedan las lágrimas. Llora. No quiere escuchar la palabra muerto.
–Era mi brazo derecho. Mi orgullo. Mi preferido. El amigo. El ayudante. Era todo –dice.
Con ese sentimiento de no encontrar nunca más a su hijo, prosigue con la plática. Después se levanta para recibir las condolencias de los vecinos de Y griega. Vestido de short blanco y playera azul, recuerda los distintos pasos de la vida con su hijo.
–Siempre que mi hijo se iba a Ayotzinapa, le pedía que se cuidará mucho, que evitara tener altercado con los policías; sé que él sólo apoyaba a sus compañeros para luchar por algo justo. No tenían porqué matarlos –dice.
Los padres de Alexis juraron ante su tumba, luchar hasta lograr que se castigue a los culpables.
–Justicia es lo que queremos. Elizabeth Pino dice que no descansará hasta ver que los que mataron a su hijo estén en la cárcel.
–Ahora la demanda de los muchachos es nuestra demanda. Nos uniremos a ellos en todos sus actividades, porque es la lucha que mi hijo demandaba.
– ¿Aceptaría una indemnización en caso de que el gobierno le ofreciera? –se le pregunta.
–No. La vida de mi hijo no se puede pagar, y tampoco está en venta. Lo que pedimos es la salida de Ángel Aguirre; es el único responsable de este cobarde asesinato. No descasaré hasta ver que los asesinos de mi hijo estén en la cárcel.
Con esa misma voz de indignación Geovani, el primo preferido del Güero, dice: –Participaremos en todas las marchas que sean necesaria. Queremos castigo y todo el peso de la ley contra los que mataron a mi primo –sentencia.

martes, 20 de diciembre de 2011

Padres y estudiantes piden la renuncia de Aguirre

Marchan de la alameda al palacio, un día después de los asesinatos

Kau Sirenio

El silencio, señal de dolor e impotencia, se dibujan en los rostros de los cientos de jóvenes normalistas y padres de familia que marcharon por las principales calles de Chilpancingo este martes, en demanda de esclarecer los asesinatos de los estudiantes normalistas, Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús.
Los deudos demandan la salida del gobernador Ángel Aguirre Rivero, del secretario general de gobierno, Humberto Salgado Gómez, por haber ordenado el desalojo violento, donde murieron los jóvenes estudiantes. Así mismo, piden la liberación de Gerardo Torres Pérez, de 19 años, señalado de daños, robo, doble homicidio y portación de un arma de fuego de alto poder. Los ministeriales lo torturaron, para que aceptara que disparó un AK-47.
La marcha del silencio recorrió las calles de Chilpancingo. Los curiosos veían a los normalistas con indiferencia. Otros indignados. Sin embargo, la consternación en la sociedad civil no se vio, los estudiantes marcharon como siempre lo hacen, sólo llegaron ahí padres de familias y los pocos universitarios de conciencia. Son de la Unidad Académica de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero. Los líderes históricos de la Casa de Estudio no llegaron.
Tampoco llegaron los que antes eran líderes de la izquierda, Bulmaro Muñiz Olmedo, Félix Moreno Peralta, Martín Mora Aguirre, Vítor Aguirre Alcaide, porque ahora todos son funcionarios. El Partido de la Revolución Democrática tampoco ha pedido desaparición de poderes en Guerrero. La única institución de izquierda está cooptada, sólo organizan elección para acceder el poder.
La sangre de los normalistas Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, originarios de Atoyac y Tixtla, quedará impune.
A las 2:00 de la tarde, antes de que partiera la marcha del silencio, en la alameda Granados Maldonado, todos los reporteros ya sabían que el procurador de Justicia Alberto López Roras renunció. En una entrevista con Denise Merker, el aún procurador anunció: “para no entorpecer la investigación he decidido solicitar mi renuncia, sólo espero que el gobernador lo acepte”.
Los luchadores sociales presentes en la marcha reaccionaron de inmediato: “no queremos la salida del procurador, queremos la salida del Ángel Aguirre, él es el único responsable de este cobarde hechos. Los jóvenes les solicitaron audiencia pero nunca les hizo caso. Por omisión y por acción es el culpable”, dijo Arturo Miranda de la ACNR.
Cuando los estudiantes y las organizaciones sociales se disponían emprender la marcha, se enteraron que el secretario de Seguridad Pública y Protección Civil, Ramón Almonte Borja, así como el subsecretario de policía, general Ramón Miguel Arriola, también renunciaron.
Mientras la protesta avanzaba,  en Tixtla era velado Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino, fue llevado a su pueblo, La Y Griega, en Atoyac, donde nació y creció, donde obtuvo la conciencia que debía estudiar para salir de pobre y optó por el magisterio. Nunca se imaginó que iba ser asesinado en una protesta en demanda de educación.
Estos dos estudiantes, pasaron ser parte de la larga lista de muertos, de los acribillados, de los estigmatizados por ser jóvenes y estudiantes, porque ellos son los únicos culpables de su muerte, así como lo dijo el gobierno del estado el lunes 12 de diciembre, en un breve comunicado.
También pasaron ser protagonistas de los medios locales, zalameros y pusilánimes. Semanarios que publicaron la nota principal, el deslinde del gobierno del estado. Los normalistas muertos son ahora también el cuchillo de palo de los directores de estos medio inexistentes para cobrar su embute.
Así es Guerrero, un estado pobre, donde el hambre y el analfabetismo es la principal demanda, de los campesinos sin tierra, de los obreros encerrados en su casa ante la ola de violencia, de los estudiantes masacrados. Guerrero tiene historias de lucha. De los movimientos sociales, de los masacrados, de los copreros, Aguas Blancas, El Charco y Autopista del Sol.
Los mineros de Taxco, marcharon con una cinta canela en la boca de “justicia”. Los normalistas con carteles en la mano que decían “Aguirre asesino de estudiantes”. Los egresados llegaron, sin poder decir palabras, incrédulos, y más aún cuando se les pregunta de las actividades que van a realizar.
Sus pies sucios, manos callosa, portan otro cartel, “Desaparición de Poderes en Guerrero”. Es el clamor de los padres de familias, campesinos que viajaron desde sus comunidades para demandar justicia, para los caídos.
Los manifestantes ven otros padres de familia con esas ganas de decirle que nos sean indiferentes al dolor, como queriendo imitar a Mercedes Sosa con esa vieja canción de protesta “Sólo le pido a Dios/ que el engaño no me sea indiferente/ si un traidor puede más que unos cuantos,/ que esos cuantos no lo olviden fácilmente…”.